lunes, 12 de septiembre de 2011

El retorno de la derecha neoliberal

Alejandro Almaraz

La actitud del Gobierno de Evo Morales frente a la marcha indígena en defensa del TIPNIS se ha convertido en una rauda maquinaria que reproduce minuciosamente el discurso, los métodos y la ideología con los que los gobiernos de la derecha neoliberal respondieron, después de provocarlas, a las marchas y movilizaciones indígenas. 
Uno a uno, y sin excepción alguna, los argumentos gubernamentales rebotan de ese pasado, y, en algún caso, de un poco más lejos en la historia. Para empezar, la misma cantaleta ya ideada, usada y desgastada por las dictaduras militares, muy expresiva de su nivel intelectual, de que la marcha es “política”. Que está “manejada y financiada por las ONG”, revelando que la subestimación y el desprecio por los indígenas son tan evidentes y profundos como los que aquellos gobernantes movimientistas, adenistas y miristas demostraban, con acusaciones literalmente exactas, al descartar tácitamente que aquellos puedan pensar y actuar por sí mismos. Que está “digitada por potencias y fuerzas extranjeras”, denunciando siniestras conspiraciones que parecen salidas de una novela policial de cuarta. 
Aquí la diferencia está, por un lado, en que mientras para los anteriores gobiernos los conspiradores eran el comunismo internacional, las FARC, Sendero Luminoso o Chávez, para el actual, son la embajada americana, Usaid, la CIA, la DEA, las transnacionales, la oligarquía separatista, “la REDD”, el capitalismo, el imperialismo y el MSM, todos juntos; y, por otro, en que aquellos gobiernos del pasado no se degradaron con la vulgar exhibición de supuestos registros de llamadas desde la embajada americana a dirigentes marchistas, vergonzosamente a cargo del mismísimo Presidente de la República. 
Más allá de la retórica, los métodos de acción compulsiva y represora de la derecha gobernante también están siendo imitados por el Gobierno “de los movimientos sociales”. Primero, tratar de dividir el movimiento con quinta columnas a los que, idealmente, se encumbra como interlocutores para autointerlocutar, o, por lo menos, debilitarlo y anularlo. Si no se lo logra, contrarrestarlo con el posicionamiento público y la acción encargada a las organizaciones sociales subordinadas. Y, si ni siquiera esto se logra, inventar la división para su uso mediático. Luego, amenazar y chantajear para que la marcha no se inicie o no continúe, sentenciando que “si sale no hay diálogo” o poner ofensivas y desafiantes condiciones para éste. 
En esto, los ministros de la derecha tenían bastante más coherencia y decoro, pues, después de amenazar y condicionar con enérgico tono patronal, no aparecían con la cola bajo el rabo prodigándose en risibles juramentos de “toda la humildad” y “toda la paciencia del mundo”. Todavía más dramática es la reproducción que Evo Morales hace del uso de la coerción y la fuerza represiva con las que el Estado neocolonial repelía las movilizaciones indígenas. Y también, al respecto, hay alguna significativa diferencia: mientras los gobiernos neoliberales usaban la fuerza pública para amedrentar y reprimir procurando algún justificativo legal, este Gobierno, dando cruel sentido a su autocalificación de ser “de los movimientos sociales”, instrumenta a organizaciones sindicales campesinas como grupos de choque que, salvándolo de responsabilidades, bloquean la marcha, decomisan sus alimentos y agua, y agreden a marchistas indígenas. En este método, tan inescrupuloso y cobarde, el Gobierno de Evo Morales se reentronca más bien con el fascistoide pacto militar-campesino.
Pero, más revelador que todo lo anterior es que el conflicto con el movimiento indígena surge de la plena continuidad de las políticas públicas del neoliberalismo, fundadas en aquella concepción de desarrollo que tiene su más apreciada y paradigmática realización en la construcción de carreteras. Éstas, en las que la gestión neoliberal se esmeraba asumiendo la doctrinal restricción de la inversión pública a los campos de la salud, la educación y la infraestructura, conservan toda prioridad discursiva y presupuestaria, y hasta adquieren mayor relieve estratégico en lo que este Gobierno entiende como “cambio revolucionario”. Incluso, mantienen intacto su inmoral componente de oscuros y fétidos sobreprecios en favor de depredadores transnacionales renovados en su razón social, más no en su nacionalidad: Andrade Gutiérrez y Queiroz Galvao han sido relevadas por OAS (Obrigado Amigo Suegro).
En conclusión, si se habla como la derecha neoliberal, se actúa como la derecha neoliberal y se piensa como la derecha neoliberal, se es de derecha neoliberal, aunque se vista de seda estampada con la wiphala.  
Alejandro Almaraz es abogado y fue viceministro de Tierras.

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